Diario de un joven soldado.

Llevaba ya algunos días en aquel ejército, donde mis tíos me habían alistado a traición, aunque no les guardaba rencor. Sabía perfectamente que me serviría para reforzarme física y mentalmente. Quizás esto no sea tan malo como lo pintan, y me ayude a superar el problema que me atormenta desde tiempo atrás.

 Todavía no había conseguido entablar amistad con ninguno de mis compañeros. Sin embargo, uno de ellos, el más excéntrico y triste que jamás pude ver por aquellos lares, había conseguido captar mi atención por su extraña personalidad. Solía estar todo el tiempo solo, sin amigos y sin nadie con quien poder socializar y contar sus penas. Visto así, éramos almas gemelas. Su nombre era todo un enigma para mí, pero por su apariencia, podía jurar que no era un nombre común. Seguro que era uno de esos que guardan un significado tras las letras y que es totalmente aplicable a la persona que lo porta.

Un gato solía venir a visitarme al atardecer. Se sentaba el alféizar sucio de la habitación de mi grupo, esperando a que yo le llevase algo de comida, con la que disfrutaba como un niño con zapatos nuevos. Esto y la tranquilidad que me proporcionaba la caída del sol era lo único que permitía que me olvidara de toda aquella soledad. Espero que con el tiempo esta situación cambie y que por fin empiece a hablar con ese chico que tanto me llama la atención. Ahora solo espero al crepúsculo, acompañado de ese gato. Mi única compañía.


Como podéis observar esta vez no hay foto, bueno, en realidad si la hay, aunque está en mi cabeza. Es una historia que lleva ya un tiempo en el tintero y es demasiado bonita como para dejarla escapar, así que aquí está.
¡Con esto me despido y espero haberos entretenido!

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